domingo, 6 de marzo de 2011

Pequeño relatejo

Érase una vez, en un dónde y un cuándo, una persona que sólo pensaba en seguir caminando hacia delante. Sus ojos, fijados con cuerdas entrelazadas, atornillaban su vista para que no pudiese distraerse con los laterales del sendero, y así cruzó llanuras, subió montañas y pateó campos de maíz, hasta que un día se encontró con un alto muro de ladrillos.
A medida que se iba aproximando al muro, el hombre empezaba a sudar, ya que sabía que se estrellaría una y otra vez, hasta probablemente morir de sufrimiento y agotamiento. A los pocos pasos, se estrelló contra los ladrillos, y un golpe seco -el de su cráneo contra la pared- resonó en la abismal distancia. Retrocedió por reacción, y automáticamente volvió a caminar hacia delante, dándose dolorosamente de bruces contra el dichoso muro. Durante tres días y tres noches, el ya famélico y moribundo antihéroe continuó golpeándose, sangrando y rompiéndose la mayoría de sus huesos, pero de ningún modo podía parar de caminar contra el muro. Rezó pidiendo ayuda a un dios, al que fuese, y no recibió respuesta. Meditó, escribió sus últimos deseos y se golpeó contra el muro. El ladrillo cedió, y como débil eslabón arrastró a los bloques colindantes hasta que todo el muro se derrumbó en un esplendoroso estruendo ed polvo, dolor y victoria.
El hombre, llorando de alegría y sin poder hacer otra cosa, siguió caminando hacia delante, con sus zapatos con la goma gastada caminando sobre los restos de su certera muerte. Dos días más siguió caminando, hasta que se encontró con otro muro. "¡Malditos muros!" -pensó el hombre-," que no me dejan seguir mi camino. Al final acabaré muriendo, con los huesos rotos y las vísceras vacías". Al llegar al muro, vio escrito con imponentes letras: "¿hacia dónde caminas?".
Nuestro protagonista leyó el cartel una y otra vez mientras se golpeaba hasta morir, pues los ladrillos no cedieron.


No tiene moraleja